En el centro, ella








Nadie me dijo nunca que la pena se pareciese tanto al miedo.
—C.S. Lewis—


Huele, como en todas,
a limpieza y a muerte,
al aséptico olor de la ocultación;
una habitación de hospital,
las paredes azul claro
con un blanco esponjado
intentando asemejar el cielo;
un cielo lejano, de otro lugar,
de otro planeta del pasado,
porque a través de esta ventana,
potestativamente cerrada,
sólo entra una claridad deprimente,
una luminosidad gris hormigón: 
Cruces-enfermedad-Barakaldo.


Un sonido de resistencia eléctrica
tenue, constante, irritante,
reverbera todo el rato:
supongo que proviene del gotero
(azul, amarillo, blanco, verde, rojo;
suero, morfina y Enantyum ahora)
al que está conectada.


Ella.


Porque en el centro, está ella:
mi hermana.


Ahora duerme.
Confío en que dormida
no sienta dolor;
que no sienta nada, confío.
Y la observo: dormida,
calva, hinchada, pálida,
o más bien de un color macilento,
petequias alrededor de su nariz,
postura pisciforme, fetal,
dos vías sobresaliendo
de su brazo izquierdo.


Y su labio superior, levantado,
un morro inocente,
un gesto infantil,
exactamente igual
que cuando era un bebé:
un precioso bebé dormido
de cerrados ojos grandes
y labio superior levantado.


Hace un rato se la ha llevado un enfermero
para realizarle una placa del pecho;
le he odiado, por despertarla.


Porque en el centro está ella,
mi hermana.


Debemos todos llevar máscaras,
debido a sus bajas defensas.
Las máscaras alteran nuestra voz,
las máscaras sólo dejan ver nuestros ojos,
y son ojos tristes: mi padre, mi madre,
mi hermana Teresa, yo mismo.
Callamos y observamos,
“en aislamiento”,
como nos han dicho
que tenemos que estar.


Yo aprovecho para recordar:
el día que olvidé recogerla
de la guardería de Kueto
(treinta años después,
ahí sigue la culpa);
o bañarse desnuda, muy pequeña,
en un río de Cuenca, por ejemplo.
Recuerdo cómo forcejeaba contra mí,
cuando quería robarle un beso,
o madrugando mil veces para ver
“Aladdin”, su película favorita,
conmigo señalándole, burlón,
que se parecía al mono, Abú.


Recordamos en silencio,
callamos, observamos.
Hoy nadie hace bromas y esa,
quizá, sea la gran pérdida.


Porque en el centro está ella,
mi hermana.


Nunca he estado tan asustado.
No digo preocupado, no es eso,
¡asustado!, del sustantivo miedo.
Un heraldo con dientes de chacal
susurra voces de muerte en mi nuca,
presagios de futuros terribles,
futuros donde yo no existo;
porque si ella se muere,
yo me muero.
Esto es así.


Así de fácil.
Así, tal cual.


Porque en el centro está ella,
mi hermana.


Dicen que nos parecemos,
no es verdad.
Yo no soy ni la mitad de fuerte.
Yo no soy ni la mitad.


Yo no sabría luchar.
Yo ni siquiera sé qué hacer,
sólo sé callar, observar
y recordar en silencio,
maldiciendo esta habitación
de paredes de falso cielo azul
que huelen a limpieza y muerte
y donde mi hermana duerme
con el labio superior levantado
mientras yo respiro angustiado
bajo mi máscara desechable
y me trago las ganas de llorar.


Esta escenografía cruel,
este derrumbe menesteroso
no debería ni existir;
es privilegio del hermano mayor
no sobrevivir a sus hermanas,
declinar antes que ellas.


Mi dolor está localizado.
En el centro está, ¿no lo veis?


En el centro,
ella,
mi hermana pequeña.





(24 de Noviembre de 2017)




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A pair of brown eyes








Quería explicar mi versión.


Cualquier historia
viene perfilada
por el ojo del narrador.
Esta no es diferente.


Cuidado, no encontraréis aquí una disculpa,
que nadie busque aquí arrepentimiento
ni justificación.
Me cago en los juicios populares,
defeco sobre la tonsura del Ejército
de la Santa Urbanidad.


Mi versión, vamos allá,
cimentada en rencor,
entibada en música,
está hecha de canciones
-Pictures of you,
La Copa de Europa,
How soon is now...-;
o por ejemplo, aquí, ahora,
escuchad la voz de MacGowan,
estropajosa y atabacada,
humectada en whisky,
hablándome de un par
de ojos marrones.


Y esos ojos marrones, claro,
son los suyos:
inteligentes y tristes,
reflejos del abismo,
cristales opacos
hacia el Gran Todo
(la Gran Nada).


Ese misterio miope en sus ojos...
no había salida, ¿no lo veis?


And a rovin' a rovin' a rovin' I'll go
for a pair of brown eyes…
(una voz que emana del hígado)


En serio, deberíais
haber mirado de frente
esos ojos marrones.
Lo entenderíais.


(...)


Quería explicar mi versión,
hecho está.
¿Qué somos, después de todo?
Poco más que un punto de vista.


(un par de ojos marrones
poniendo en perspectiva
un par de ojos marrones)









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