Uroboros absurdo (como esclavos del Zong)











Eliminaste el contacto.
Eliminaste el amor.
Eliminaste la verdad.


Aunque quizá la verdad fuese
lo primero que eliminaste
—tengo dudas con este punto—,
y el amor pereció de su brazo
como aquellos esclavos del Zong
hundiéndose encadenados
bajo un lienzo sangre de Turner.


Eliminaste el amor.
Eliminaste la verdad.
Eliminaste el contacto.


Aunque quizá el contacto nunca fue
sino un esconderse del vértigo
—tengo dudas con este punto—,
y la verdad sucumbió de frío
como aquella niña naciendo muerta
en una falsa familia de mentira
bajo una ficción que no existe.


Eliminaste la verdad.
Eliminaste el contacto.
Eliminaste el amor.


Aunque quizá el amor sería
apenas afecto no presencial
—tengo dudas con este punto—,
y el contacto murió de inanición
como polvo de un osario olvidado,
sinónimo de soledad y lejanía,
bajo una tierra que no filtra la lluvia.


El orden es lo de menos.
Pero eliminaste
contacto,
verdad
y  amor;
destruiste toda vida en la tierra,
consumaste la echazón,
mis manos grilletes pesados.


Como esclavos del Zong.
Como fardos arrojados al mar
bajo un lienzo sangre de Turner.






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Consuetudinarios del fin del orbe





Hay que volver a hacer el mundo 
—Paul Morand—


La puerta del monasterio abierta como las piernas de una parturienta. Fuera huele a mierda. Dentro, niñas-tortuga desgastan sus rodillas en oraciones sin culpa. «La tierra es un enorme osario, caminamos sobre muertos», recuerdan las mitras. Psicopompos ciegos —¿hacia dónde se dirigen?— visten de un rosa afilado como la flor del tamarisco. Allí todos los bautismos son de sangre, todas las comuniones de hambre, todos los dogmas de fe. La ciencia quedó abolida, ¡celebremos la existencia demostrada de Dios! ¡Demostrada y ponderada! Saturno devorado por su hijo, el deporte como herejía, la religión como religión. ¿Por qué el mundo sólo calla por las noches?, se lamentan los grillos. Pero la letanía de dolientes no se detiene:

Hay que volver a hacer el mundo. 
Hay que volver a hacer el mundo.
Hay que deshacerlo para volverlo a hacer.




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