Panóptico benthamiano






Nada se cierne más oscuro sobre nosotros que nuestros propios ojos.
—Marina Tsvetaeva—


Un labio acorralado
donde crece el esparto.
Un baladrar confundido,
flecha de luz en la voz.
Un anuncio administrativo
sobre la puerta de la piel:
«caminantes, sabed esto,
todo modo de pensamiento
fue expulsado de la ciudadela».
Un hueco en el pecho
donde anida el yacaré.
Un territorio soterrado
para esconder la culpa,
pantanoso hogar del fantasma
del deseo imperecedero.
Un refugio para el gozo
del hambre y la tristeza.


Nada más oscuro que tus ojos
y son un espejo.


Donde flota el aire muerto,
panóptico que me habita.


Aclaración: tú eres
mi angustia favorita.






Muchacha en el umbral





Se le diagnosticó agorafobia y claustrofobia, por lo que decidió alojarse en el umbral. Ahí, bajo el dintel, yo le preguntaba si podíamos quedar y ella siempre me contestaba que entre semana no —¿y el fin de semana?— y el fin de semana tampoco. Vegetariana convencida, recuerdo verla hartarse de langostinos en su imperecedero soportal, depositando las cáscaras sobre el felpudo. Ni dentro ni fuera, contradictoria y lejana, en el porche hacía toda su vida. Yo insistía en sacarla de su incoherente existir, en raptarla de su baldosa, a lo que ella siempre respondía con evasivas. El umbral era todo su universo, no había espacio para mí en esa no-nada adimensional tan suya. Me sacaba de quicio bajo el quicio, pero ¡ay!, yo la amaba. Sólo una vez le pregunté si alguna vez ella también me había amado y me dijo que sí. Pero luego añadió: bueno, no. No sé.



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