«La vida es el conjunto de funciones que resisten a la muerte.»
—Xavier Bichat—
«…y tengo un ambicioso plan, consiste en sobrevivir.»
—Nacho Vegas—
Resistencia,
resistencia,
resistencia:
este obstinado respirar,
este vano echar adelante una
pierna
y obligar a la otra a acompañarla.
Resistencia,
funciones para resistir
en pos de un sentido:
la falsa fe unamuniana,
el absurdismo filosófico,
el entorno de amor…
Pero la neurosis regresa
—¡TOC, TOC, TOC, TOC!—,
trastorno obsesivo compulsivo,
como un diapasón genético:
miedo a la vejez, a la enfermedad,
al dolor, a la soledad, a la decrepitud...
Y concluir que ese miedo al
sufrimiento,
ineludible a la existencia,
supone un miedo superior.
El más temeroso de los
hipocondriacos
en sempiterno diálogo mental
con el más asustadizo de los maníacos:
«—¿Sabes? En algún momento de mi miedo
tendré razón.»
Y el desvalido preso de ansiedad
asiente.
Y el timorato colmado de fobias
subraya.
Todos ellos
sufriendo por miedo a sufrir,
por anticipado,
en diferido,
como si su vida
fuera lo más importante
para su vida;
dándose importancia,
embozados de trascendencia:
¡la vida alzándose sobre la
muerte, ay!,
en cuanto a desasosiego se
refiere.
Menos mal
que al fondo de la sala,
al extremo de su personalidad,
aún se alcanza a escuchar una
risa:
«—¡Ja ja ja ja ja! ¡Gilipollas! ¡Apocados!
¡Mongolos!»
Y la aprensiva criatura sombría se
abochorna.
Y el desamparado lleno de
incapacidades calla.
En las periferias de la razón,
habita:
el gemelo cipote de piel de
kevlar,
el payaso que ayuda a sobrevivir.
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