Y en el décimo círculo, los centros comerciales










Me preguntas si soy misántropo.
¿No ves que soy hombre y estudio a los hombres?
—Ramon y Cajal—





Y en el décimo círculo,

los centros comerciales.

Impronunciables vocablos suecos

—¡borgsjö, arkelstorp, langesund!—

te dan la bienvenida,

invocando a dioses arcanos

como conjuros oscuros.

Allí, animales en cautividad

eligen sus propias cárceles

a golpe de melamina y tacos.

Nadie repara en la ausencia de ventanas,

el obediente rebaño de pobladores

transitando el camino señalado por Cthulhu…

Y parecen felices,

¡joder, todos parecen felices!





Y en el décimo círculo:

los centros comerciales.

Tras los cristales, la impudicia

de ropas hiladas por niños lejanos,

por manos-herramienta como rastrillos.

Franquicias clónicas, almas facsímiles,

todas comportándose igual,

comprando análogamente lo mismo

para diferenciarse (qué risión consumista).

¡Observad, el milagro del monocromatismo!

En algún momento, desde los altavoces,

Lucifer informa, y se escucha su risa:

«oigan, se ha extraviado un chiquillo…»

Y parecen felices,

¡joder, todos parecen felices!





Y en el décimo círculo:

los centros comerciales;

y tú, como Teseo en el laberinto

de dormitorios y menaje de hogar,

donde no hay salida, ni alas de cera que valgan;

y tú, entre el pandemoniun de precios,

y voces,  y plafones, y hórrida música techno,

muy alta, para no dejarte pensar.

El puto infierno, hostias:

un descenso a las tinieblas,

a lo más abyecto del ser humano.

Y parecen felices,

¡joder, los gilipollas mefistofélicos,

todos los malditos condenados!

¡Todos parecéis felices!












.

El anillo de plata mexicana de Nelson Algren











Afirmaba Sartre que existen
dos tipos de amor:
los amores necesarios
y los amores contingentes.
El amor necesario, añadía,
solo podía ser uno,
y lo dijo de una hermosa manera:
«No tenía sentido
tener dos Simone de Beauvoir.»


Es cosa sabida
que aquel matrimonio morganático
aquella amistad íntima entre ambos,
duró hasta el fin de sus días.
Sin embargo, tanto o más relevante
me parece rescatar del olvido
la última petición de ella
en su lecho de muerte.


El segundo en que todo convencionalismo cae derribado,
cuando toda impostura o mascarada
supone un peso oscuro sobre los pulmones,
Simone de Beauvoir pidió ser enterrada
con el anillo de plata mexicana
que Nelson Algren le regaló.
«No habrá muerte entre tú y yo.
Tu Simone, con el corazón fiel»,
podemos leer en las frágiles palabras
que ella alguna vez le dedicó.


Nelson Algren, por supuesto,
se negó a ser una contingencia,
abominando, pareciéndole inaceptable
su condición de segundo plato:
«Mi vida me importa mucho,
no quiero que pertenezca a alguien tan lejano»;
incluso rechazó sin ambages
la amistad postrera que ella le ofreció:
«No es amistad.
Nunca podré darte nada que no sea amor».
Su resentimiento bien entibado en su hígado,
perpendicular a su desprecio
—aquella impúdica falta de privacidad epistolar—,
supo mantener su rencor incólume hasta el final.
Nunca la perdonó.


De este círculo abierto de libros y cuerpos,
de esta historia de necesidades y contingencias,
de menesteres, abaratamientos y renuncias,
podemos concluir que Nelson Algren
aportó la humanidad y la cordura
—o una lúcida animalidad—,
donde otros se extraviaron
en disquisiciones filosóficas,
sexo esporádico y recíproca
admiración intelectual.


Hoy Beauvoir y Sarte comparten
tumba y eternidad en Montparnasse,
su pacto convenido de camaradería,
su mentira intermitente,
ese “amor necesario” suyo,
tan autoimpuesto, tan rutinario y tan fiel,
también su equipaje más allá de la respiración.


Pero es la historia no contada
que todos los días bajo la tierra que esconde la muerte,
el ojo de camaleón de Sartre
vigila envidioso y suspicaz
la mano cerrada de su amante,
el puño al que se aferra su castor:
falanges apretadas, huesos pulidos,
que esconden un anillo de plata mexicana.


Y es desde otro cementerio en Sag Harbor, NY,
a un océano de incapacidad de distancia,
que el fantasma de Algren sabe esto
—siempre lo supo:
«No habrá muerte entre tú y yo»
y conocedor de ese abrazo fósil de calcio
su dentadura canina sonríe amargamente,
a la vez que dos cuencas desocupadas
joie contingent, larmes nécessaires
no pueden cesar de llorar de rabia.














Historia triste (Awesome Mix #0)












Historia triste,
historia histórica,
historia final.
—Eskorbuto—


Bien, ¡esta es la historia!
Historia requemada,
historia prolongada,
historia de rebajas,
historia limosneada;
historia desmemoriada, desamorada;
historia vacua, vaciante,
decadente y desecante,
historia deshabitada;
historia llena de ayeres, de mañanas,
sin argumentos, ni contenidos,
historia de promesas, de intenciones,
historia en diferido;
historia a la huida,
historia sin sustantivos;
historia proceso mental,
historia en presente condicional,
en pasado subjuntivo;
historia no convencional,
historia sin espacio vital,
huérfana de tiempo real
how soon is now?—,
historia de convenios vencidos;
historia silbido inaudible,
historia arena inasible,
historia idiot wind,
historia incognoscible;
historia dependiente,
mendicante, demandante,
de ira, de rabia, furiente,
historia penitente;
historia alifática y onírica,
historia eufemística
(de “confianza y afecto”),
desangrante y hemofílica,
anfibológica, anémica,
historia panegírica;
historia ternura glacial,
historia hielos eternos,
historia retardada, subnormal,
mojigata, casta y virginal,
historia en la sed mortal,
historia invento posmoderno;
historia crepuscular,
incapaz, orbicular,
historia holocausto nuclear,
historia sin tacto, ni boca, ni ojos,
historia de escombros, de rastrojos;
historia erial,
del mismo material
con el que se fabrican los miedos,
historia siempre es tarde,
historia mil veces cobarde;
historia baldosa inexpugnable,
historia de ida y vuelta,
¡historia Auschwitz!,
—la historia interminable—;
historia scottfitgeraldiana,
historia Zelda, prisión,
historia te mando una canción,
historia buen fin de semana
historia inmaniobrable;
historia ficción
de inconcebible concepción,
historia Copa de Europa,
historia procrastinación,
historia subditismo, sumisión,
entelequia, siesta e ilusión,
muro, dique y paredón,
historia inalterable;
historia enferma
producto de tu imaginación,
historia irrespirable,
historia premio de consolación…
mierda de premio despreciable;

en resumen,
historia sin refracción, ni eco, ni fulgor,
historia opaca, impenetrable,
como quien juega al frontón contra un agujero negro,
como quien escudriña su reflejo sobre un lago seco;


historia de nada, esto es,
historia sin historia,
y así, cada vez, siempre
la misma puta historia.