Tiempo vulgar,
color beige,
en la sala de espera de los dentistas,
buscando una rueda nueva para tu coche,
o eligiendo una pieza para el grifo de
cocina
(“aireador”, mira tú, resulta que se
llama).
Tiempo vulgar,
color marrón,
trabajando para Pantagruel, El Grande,
a cambio de repugnante dinero,
entelequia,
que permita pagar ese diente roto, esa
rueda,
ese maldito aireador de mierda.
Tiempo vulgar,
color asco e ira,
cada trámite burocrático, cada
formulario,
esa jerarquía infame de la
administración,
ese funcionario imbécil, Cronos
encarnado,
fabricante de tiempo vulgar.
Tiempo vulgar ante el televisor,
tiempo vulgar las redes sociales,
tiempo vulgar los debates intramonos,
tiempo vulgar, por definición,
la compañía de los vulgares.
La lectura, mi locura y tú;
mis paladines contra el tiempo vulgar,
satrapía prevalente de toda vida,
gran grisura, pecado y perversidad.
Cual rabdomante sediento, huyendo,
rastreando a tientas con mi palo de ciego:
¡LA LECTURA, MI LOCURA Y TÚ!
(si
acaso no sólo fueran dos cosas)
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