Ahora que casi parecemos seres racionales.
Ahora que el cerebro reptiliano duerme
en la felicidad primípara de los
mamíferos,
en ese líquido amniótico de la
correspondencia.
Ahora que no esbozamos simulacros de
guerra,
ni treguas puente, ni armisticios
endebles,
y en Stalingrado —¡milagro!— impera la
paz.
Ahora que nuestra existencia ofende a los
dioses,
a los súbditos de la envidia, y a las
comadres:
la Santa Milicia de la Correcta Urbanidad.
Ahora que mi personaje alcanzó fisicidad,
terco, utopista y victorioso Augusto
Pérez ,
y fuera de las novelas se regocija tangible.
Ahora que el miedo venció, cayó,
prescribió,
y bajo el hielo inhóspito se descubrió
ternura,
un inesperado mamut de acercanza y calor.
Ahora que un recuerdo vale más que mil
quimeras,
y el aliento se engulle crudos los
eufemismos,
y el vaho es más elocuente que la
desazón.
Ahora, en fin, que aprendimos a
apropincuarnos,
y tú no te alejas cuando me acerco yo,
y yo no me alejo si acaso no te acercas
tú.
Ahora… ejem,
ahora también tengo miedo:
miedo de que nos caiga un rayo,
miedo de un apocalipsis zombie,
del cáncer, de la bomba H,
o cualquier deus ex machina
que acabe con nosotros:
que muera o que mueras
(si acaso no es lo mismo);
ya sabes, cualquier fatalidad
que confirme el malditismo
y haga buenos los presagios
de los augures del dolor.
.
"Ahora que los monos se comen a las palomas"
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