Basura espacial
en movimiento
de traslación orbicular
por mi mente,
repitiendo coordenadas
como un osciloscopio
que solo repitiera
el mismo ciclo
enfermizo
de basura espacial,
inservible y oxidada,
convirtiendo el cielo
en un vertedero
donde no cabe nada:
ni siquiera esperanza.
ni siquiera más basura,
nada,
mucho menos caballos de metal
enjaezados de sol
o estrellas idealizadas…
luces fósiles, antaño
brillantes en el firmamento,
que murieron
a buen seguro infartadas
por tu boca de basura,
más dañina
que una lluvia de asteroides
con dirección al núcleo,
y ahora, tristes,
comparten tumba
elíptica
con el Mayor Tom,
un satélite de plástico
—Lou Reed afirma
que de amor—,
la perra Laika
y un montón
de esqueletos de chimpancé
que trocan la bóveda celeste
en un cementerio enloquecido
de monos de mierda
chillándome al oído
eso de: «en el espacio
nadie oye tus gritos»,
¿y sabes qué,
basura espacial?
tienen razón,
nadie los oye,
¡nadie!, joder…
me cago en la puta.
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