"Wait a minute, wait a minute, you ain't heard nothin' yet…"
(Primeras y
premonitorias palabras escuchadas en una película)
El actor recuerda perfectamente cómo sonrieron
todos regocijados cuando se levantó el sombrero y les regaló una mueca dantesca
a su legión de admiradores. Quienes le miraban a la salida del cine aplaudieron
efusivamente. Luego lo de siempre, saludos, apretones de manos, autógrafos. Al
fin y al cabo era una estrella, a pesar de no salir en el estreno de esa noche.
Eso fue hace unas horas.
Sin embargo, ahora, convertido en un
peatón anónimo más, ya lejos de sus admiradores, el actor tiene la impresión de
que su figura nimbada se ha ido oscureciendo, apagándose junto a la noche, tornando
en gris. Delante de un escaparate, un espejo le devuelve sus propios ojos, présbitas,
llorando.
—¿Bastarán mil caras? —pregunta con voz atiplada al silencio de la calle.
Entonces, inopinadamente, el actor
cesa su llanto y comienza a ensayar gestos delante de ese espejo, hilvanando
personajes. Sus registros, practicados hasta la excelencia, se suceden
perfectamente. Caras mudas mudando de cara, una tras otra. Del retrato de la absoluta
hilaridad a la más honda tristeza en un segundo. Viajando del estúpido enamoramiento
a la incontenible ira como quien se cambia de máscara, sin olvidar el genuino
rostro de pánico auténtico. Tanto se asusta, incluso él mismo, ante el reflejo de
su rictus monstruoso que no puede evitar dar un respingo hacia atrás.
El actor sonríe entonces, satisfecho.
Su talento permanece intacto. Por algo le llamaban “El Hombre de las Mil Caras”.
¿Cómo podría ningún sonido en este mundo igualar su expresión facial y su
dominio de lenguaje corporal?, se dice a sí mismo.
Con falso optimismo, Lon Chaney Sr. regresa
a su casa una noche de Octubre de 1927. Engañándose, convenciéndose en su foro
interno de que el éxito de esa novedosa película sonora, «El cantante de jazz»,
no está predestinado a durar, si acaso apunta a esas historias de pan para hoy
y hambre para mañana…
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Este
microrrelato obtuvo el 1º premio en el II Certamen de Microrrelatos
"Ciudad de Algeciras" convocado por el Ayuntamiento de esa
ciudad en el año 2007.
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