¿Cuánto tiempo
llevamos juntos mi amor? ¿Lo sabes tú? ¿Cuánto tiempo? Te lo digo yo si no
recuerdas la cantidad exacta. Son 28 años ya. 28 años contigo y aún te quiero
como el primer día, sin fondo, sin límite, sin barreras.
Es mi amor hacia
ti incondicional, no podría ser de otra forma. El tañido estruendoso de tu
atiplada voz resuena en mis oídos como el arrullo tierno de las nanas bajo las
que tantas noches me dormí. Los recovecos de tu cuerpo esconden las únicas
curvas que me son cercanas. Cada detalle de tu piel esconde mil rincones donde
volver a juguetear inocentemente como un niño que no sabe (o no quiere saber)
que ha crecido. Eres mi patio de recreo, mi columpio infantil, mi recuerdo y mi
memoria.
Te adoro y te
glorifico, tú lo sabes. Desde el primer momento en que te miré, supe adivinar
la calidez de tu corazón a través de esa coraza de frío hierro con que
pretendías disfrazar tu verdadero rostro. Tampoco me dejé engañar por esos
sempiternos cabellos grises, grises desmadejados, grises de ceniza y humo,
resbalando por tu cara. Eras preciosa a pesar de tu desaliñado aspecto. La más
bella a mis ojos, la única cuya felicidad concluía mi felicidad. Y tenía que
decírtelo...
—Te quiero aunque seas así —te dije torpemente, con la ternura de quien
pretende decir algo bonito—. ¿Pero qué pasa? ¿Por qué me miras así? ¿Tú no?
—No —me respondiste mirándome a la cara con esa tristeza tuya tan llena
de coraje—. Yo te quiero como eres.
Y ahí fue, en ese justo momento, cuando me enseñaste el valor de los
matices. Esos matices que separan una declaración de intenciones de una
auténtica declaración de amor. Esos matices que conforman esa delgada línea que
separa la prosa poética de una carta de amor sincera. Pero entendí. Igual que
tú me querías como era, con mis defectos y mis rarezas, yo debía de quererte
como tú eras: un poco melancólica, un poco vetusta, un poco cabezota, fumadora
impenitente.
Porque sabes que no soy hombre de bocas de fresa y que prefiero mil veces
tus besos de metal. Que no cambio los perfumes más caros por tu olor a lluvia
perenne. Que para nada quiero remedadas bellezas de plástico si no puedo
acariciar las pecas de tu cara tiznadas de hollín.
Somos lo que somos porque nos complementamos. Nos pertenecemos el uno al
otro hasta que formamos un solo ser. Yo sin ti no sería nada, menos que nada,
una persona que no se reconocería en el espejo. Por eso he prometido quererte
siempre, en los buenos y en los malos momentos, en la riqueza y en la pobreza,
en la salud y en la enfermedad, aunque tus mejores años se los hayas regalado a
otros.
Te quiero, ni puedo ni quiero remediarlo. Aunque mutes hasta lo
irreconocible bajo capas de moderno maquillaje que ocultan tu pasado. Te quiero
te vistas como te vistas, te llames como te llames: Santurtzi, Portugalete,
Sestao o Barakaldo. Te quiero igual, lo mismo te quiero, Margen Izquierda...
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Este
relato consiguió el 2º Premio del "X Certamen de Cartas de Amor de Barakaldo" onvocado por la Casa de Cultura de Cruces en el año 2005.
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