Mi corazón lisboeta








Mi corazón lisboeta
desciende soturno
desde el Barrio Alto hasta Chiado,
por calles malheridas
de azulejos añiles,
dolorosos y desvencijados;
luego, cansado
—al igual que el tranvía 28,
su latir es lento,
esforzado y amarillo—
asciende hacia la Alfama,
donde coteja su mutua pobreza,
análoga en marginalidad,
esquinas de basura
y cicatrices urbanas:
«ninguem pode sonhar por ti».


(hace siglos alguien ordenó:
—¡Construyamos algo hermoso
y olvidemos el mantenimiento!
¡A ver el resultado!)


Mi corazón lisboeta
de pavimento irregular,
bacheado, lleno de altibajos
—cuida, no pierdas el equilibrio—,
esconde una humedad
más caudalosa que el Tajo
y el doble de profunda;
después, rompiendo la ceniza,
las paredes invisibles de polución,
producto de tabaquería,
pide un café en A Brasileira,
y como aquel saramagiano doctor
se permite compartir un cigarro
con el fantasma de Pessoa.
«¡Qué frío de pensiones!», conversan.
«¡!Qué pensión de oscuridad!»


(helo aquí, garrapateado
en spray, el resultado de todo
abandono, ciudad o persona:
un paisaje de desolación)


Mi corazón lisboeta
no lo es, lisboeta;
pero a estas alturas, al igual
que la capital portuguesa,
ostenta un deterioro interior,
una hondura finisecular, no sé,
un haber leído demasiado
—un no haber entendido nada—,
que me temo solo sea capaz
ya de atraer a dipsómanos
errantes, lectoras présbitas,
poetas heroinómanos,
apóstoles del patetismo,
diletantes de manicomio
y a algún que otro esteta
de la belleza decadente.


                (bienvenido a Lisboa)







1 comentario: