La inteligencia es un regalo envenenado,
improbable su redunda en una mayor
felicidad,
dicha felicidad también un regalo
envenenado,
un anuncio grotesco de lotería de navidad
para esos pensamientos hostiles en
primera persona
sin cabida dentro del regalo envenenado de
la sociedad.
La belleza es otro regalo envenenado,
condenada a una caducidad lenta y dolorosa,
a un marchitarse empavesado de peces de
colores
mientras el regalo envenenado de la
longevidad
hojaldra nuestra piel, enjalbega nuestra
cresta
y narcotiza de mansedumbre nuestra alma.
¿Y la vida? Qué si no también un regalo
envenenado,
un juguete grosero que nadie solicitó a
los Reyes
—que luego sabremos, ¡ay!, son los padres—,
junto al mismo zapato, la muerte como
regalo envenenado,
un remate que nos aboca al olvido y al
terror profundo
de conjeturar que se pueda perder nuestro
punto de vista.
Confort,
regalo envenenado en forma de rutina.
Sexo, regalo envenenado de marroquinería.
Amor: el mayor de los regalos envenenados,
una vela tintineante bajo un celemín
pesado,
un extinguirse desdibujado, inane y
aburrido,
quizá una neurosis, en el mejor de los
casos.
¿Seguimos?
El dinero, regalo envenenado,
entelequia hostil condena-civilizaciones.
La empatía, regalo envenenado,
agonía del sufrimiento ajeno.
La lectura, regalo envenenado,
fábrica inextinguible de preguntas.
La escritura, regalo envenenado,
trinchera de gasa bajo el fuego.
Y estos expurgos, ¿la poesía?:
todos ellos regalos envenenados,
gritos insolentes,
recursos del pataleo,
denuncias vencidas y traspapeladas.
Un papel pintado que no deja ver la pared.
.
Y aun así vale la pena tomarlo para contarlo o ningún regalo tan envenenado como la satisfacción de sentirse vivos, con toda esa (sobre)dosis de contradicción que comporta ponerse cada día en movimiento y arrancarle las hojas a tiras al calendario de la existencia…
ResponderEliminarChapeau por este escrito, Maese!