A
través del teléfono, sin duda,
se intenta
negar la separación.
—Roland
Barthes—
La palabra teléfono
significa “sonido lejano”.
Una voz distante, mecánica,
distorsionada,
de robot en clausura,
de mierda en lata.
La primera frase que se
pronunció
—el farsante de Bell
llamando a su ayudante—
fue paradigmática:
«Watson,
venga aquí, le necesito»
Instrumento de la distancia,
artefacto de la separación,
su paradoja afluye perfecta:
acercar —¡ja!— a quien se
encuentra lejos,
alejar a quien se halla tan
cerca.
¡Todos!, en compartida
incomunicación
en concreción mundial de
ausencias
wifi
wireless 4G online.
«Watson,
venga aquí, le necesito»
Y así, a buen resguardo,
desde nuestros
promontorios,
entonamos alabanzas
digitales:
“¡Salve, Dios de las
Telecomunicaciones!”
“¡Oh, tú, el “Nosotros” de
Zamiatin!”
Altaneros, seguros y herméticos,
esbozando trasuntos de
relación,
sucedáneos afectivos de
plástico.
«Watson,
venga aquí, le necesito»
Carne cerrada,
nuestra frente nos ha dado
la espalda;
la publicidad del desafecto
supo vender su idea de aproximación:
a lo lejos suena un
simpático politono,
clic clic, clic, la gente
se escribe sandeces.
Mi dentadura sardónica me
impide reír.
Bell no deja de repetir:
«Watson,
venga aquí, le necesito»
No existe contacto.
Fijaos, es un ruego:
Watson,
venga aquí,
le necesito.
.
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