El locutor de radio en el manicomio de
sordos,
gritando:
«Los escritores destrozamos el mundo»
Todos los que alguna vez enlazamos
palabras,
quienes buscamos una intención reflexiva tras
ellas,
creando una ficción que defina de algún
modo la realidad,
destrozamos el mundo.
Los aduladores vacuos que redactamos los panegíricos,
las leyendas vulgares que darán forma a
las religiones,
los discursos matrimoniales que harán
llorar a las viejas,
nosotros, destrozamos el mundo.
¿No lo advertís? Este coto de existencia
es un lugar tosco, un calabozo grosero,
y
nosotros meros comerciantes bereberes,
vendiéndoos hipótesis, cuentos,
fantasías,
la entelequia de una profundidad oculta
tras el ser humano.
El Humanismo es un invento nuestro,
como lo es la fe, cualquier fe, la tuya,
esa a la que tu miedo hace aferrarte.
No hay grandeza en el ser humano;
el “amor romántico” es un postulado,
juegos florales, humo, mero artificio.
El poeta es un fingidor, que dice Pessoa.
Pero no, peor, ¡el poeta es un impostor!
Impostores todos, escribas fariseos,
incluso aquellos que habitan los espejos.
No más mentiras, frustraciones, quimeras,
se hace necesario un pogromo sanador:
¡que alguien derribe nuestras ínfulas!
¡Que entierren bajo el barro nuestra
presunción!
Mátennos, aniquílennos, a la hoguera con
nosotros,
hasta erradicar las deletéreas ideas de
mierda,
hasta apagar el germen del último
juntaletras,
holocausto de sangre hacia la completa
extinción.
Que la sociedad muestre el desierto que
esconde,
adaptación al medio, alelo único,
homogeneidad,
el futuro pertenece a los ignorantes.
Un retorno a la caverna sin Platón;
un regreso a la felicidad de los primates.
.
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