Mendicidad

I.
No es frustración lo que siento.
No es desasosiego. No es impaciencia.
No es agotamiento.
Es el desespero puro y extenuante,
de quien no tiene más certidumbre
que aguardar más desespero.


Y en esta dimensión paralela que habito,
en este éter de arco iris sin abrazos,
ni besos, ni tacto,
ni —oh, gran tabú— Amor,
apareces ayer para insinuarme con ambigüedades
que me quieres,
¡que me quieres!
y allá donde el espacio y el tiempo no existen
recibo tus palabras
como una crueldad.


A veces lo bueno es malo,
respondo.



II.
Ahora no sé retroceder.
No sé avanzar.
En mi cabeza, todo el tiempo,
el final de esa película
que me enseñó el concepto Zugzwang:
cuando en ajedrez el único movimiento posible
es no mover.

No mover.


Quedarse quieto.
Running to stand still.
Acopiar valor para mirar al basilisco.
Yacer estáticos y eternos
como dos muertos que se aman
con ojos entreabiertos.



III.
Pero la quietud me mina,
me desgasta, me seca, me fragiliza,
encoge mis costillas y me ahoga,
lo sé de la otra vez.
Y porque la conozco y vengo de ella,
tampoco me vale la NADA.

(Es una farsa, ¿lo sabes, no?)


Así que rechazo estar quieto,
al igual que rechazo el movimiento.
Rechazo la guerra y todo lo que conlleva
—Cèline lo tenía claro—,
rechazo el dolor,
rechazo la noche,
al igual que rechazo esos «mínimos»
que me llegan como caritativos actos
de misericordia.



IV.
Elegir es renunciar,
eso es un hecho. También lo es
que hay cosas que al pedirlas
pierden todo su valor.


Aprendí y esta vez no volveré
a ser el policía malo
que en la road movie persigue a la chica
pidiendo un abrazo cerrado,
tan solo un verdadero y sincero abrazo.


No, esta vez no.



V.
Solo quiero una cosa esta vez:


En esta ocasión lo que quiero,
mi deseo, mi anhelo sobre todas las cosas,
es tan solo dejar de escribir,
saber parar, detener mi pulso, amordazarlo.
Asesinar al escritor,
al enamorado.
Callar en este puto momento.
no tener necesidad de añadir nada más
porque es patética
esta mendicidad
y hace que me sienta fatal.