¡Lástima
no poseer
un
diccionario de ojos!
Efectúo
las preguntas,
requiero
concreciones dáctiles
¿y
qué encuentro?
De
nuevo tu mirada,
una
vez más tu mirada,
todos
los futuros tu mirada,
empedrada del frío y el silencio
del universo, tu mirada
anegada de agua que no deja
ver el fondo, tu mirada
garabateada de símbolos abstractos
que no distingo, tu mirada
engañosa,
furtiva y doliente,
huidiza
y cruel, tu mirada.
¡Cómo
sería observarme
desde
dentro
de
tus ojos inanes
que
ocultan lo que miran,
callan
lo que piensan,
miran
lo que callan,
piensan
lo que ocultan!
Comprar
en un librero de viejo
un
diccionario de tus ojos,
con su índice ortográfico,
y apuntes en los márgenes
explicativos
de tus estados de ánimo,
de tus gestos, de tus silencios,
y notas a pie de página
—ad
hoc—
que ayuden a traslucir el texto
oculto tras el cristal opaco
de ese espejo negro
que es tu orgullo.
Lástima no poseer
un diccionario de ojos,
y traducirte,
descifrarte,
entenderte,
saberte…
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