Me acuerdo de un kiosko, el de la Merce, en un pueblo de
Cuenca. La mujer no se lavaba, el kiosko olía a pis. Te entregaba las chuches
directamente con sus manos, también sucias. Nunca he comido gominolas más
dulces.
Me acuerdo de repetir 2º de BUP por concluir que raíz de
ocho entre cero era igual a cero. Fue injusto. Opino que el destino me debe un
año.
Me acuerdo del pasado industrial, de Altos Hornos como
una gran ciudad futurista. De las explosiones de la colada cuando el acero
fundido se encontraba con el agua. De los obreros bebiendo brandy y viendo una
película porno a las siete de la mañana. De las paredes manchadas de gris. De
que todos fumaban.
Me acuerdo de los antiguos trenes de cercanías. De su
traqueteo cadencioso. Cuánto me gustaba.
Me acuerdo del sonido que hizo mi corazón al romperse.
Del momento preciso. Es verdad lo que dicen, es hermoso: una sinfonía de
cristales rotos.
Me acuerdo de cuando ir al cine era una fiesta, y
gritábamos, y aplaudíamos, y se celebraba lo que ocurría en pantalla.
Me acuerdo de saltar a un río desde una roca, de niño.
Había que saltar hacia delante para evitar chocar con la roca. Cientos de veces
salté desde esa roca, miles. La última vez que subí a esa roca me dio miedo
saltar.
Me acuerdo de la primera vez que mi hijo me devolvió una
pedorreta. Yo se la hice, él la repitió. Se le escurrían las babas al hacerlo.
No he visto nada más adorable en mi vida. El amor absoluto en ese instante.
Me acuerdo de la canción ‘Pictures of you’, de The Cure,
en Kobetas.
Me acuerdo de jeringuillas tiradas en el patio enfrente
del colegio de las monjas.
(...)
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