Sentado en una silla
de madera
Chagall pinta su
autorretrato,
perfilándose en
azules y púrpuras,
sobre su cabeza un
gallo y una mujer,
una mujer vestida de
novia,
una mujer por
sombrero,
esa mujer ideal
—¡ay!—
que todos llevamos encima
en precario
equilibrio,
siempre a punto de
caerse,
y, sin embargo,
bien entibada en la
frente,
como la boina de
medio lado del Che,
como una canción con
acento cubano
de otra mujer en
otra frente,
advirtiéndonos de la
inconsecuencia
de la cobardía y del
miedo,
llorando un fin,
recreando en música
aquella novia que
ahora es otra,
otro mundo,
otra mujer por
sombrero
como el cuadro del
viejo Chagall,
solloza Silvio,
y tú atento,
escuchando,
blasfemando,
conjugando oraciones,
revisitando la
pintura,
palpándote la
mollera,
intentando indagar
el color de tu
dolor,
de esa mujer en tu
frente
que ahora es otra,
otro mundo,
otro océano,
aunque en el fondo
—¿sabéis?—
sospecho
acaso
siempre
sea
la
misma…
.
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