Me
preguntas si soy misántropo.
¿No
ves que soy hombre y estudio a los hombres?
—Ramon
y Cajal—
Y en el décimo círculo,
los centros comerciales.
Impronunciables vocablos suecos
—¡borgsjö,
arkelstorp, langesund!—
te dan la bienvenida,
invocando a dioses arcanos
como conjuros oscuros.
Allí, animales en cautividad
eligen sus propias cárceles
a golpe de melamina y tacos.
Nadie repara en la ausencia de ventanas,
el obediente rebaño de pobladores
transitando el camino señalado por
Cthulhu…
Y parecen felices,
¡joder, todos parecen felices!
Y en el décimo círculo:
los centros comerciales.
Tras los cristales, la impudicia
de ropas hiladas por niños lejanos,
por manos-herramienta como rastrillos.
Franquicias clónicas, almas facsímiles,
todas comportándose igual,
comprando análogamente lo mismo
para diferenciarse (qué risión
consumista).
¡Observad, el milagro del monocromatismo!
En algún momento, desde los altavoces,
Lucifer informa, y se escucha su risa:
«oigan, se ha extraviado un chiquillo…»
Y parecen felices,
¡joder, todos parecen felices!
Y en el décimo círculo:
los centros comerciales;
y tú, como Teseo en el laberinto
de dormitorios y menaje de hogar,
donde no hay salida, ni alas de cera que
valgan;
y tú, entre el pandemoniun de precios,
y voces, y plafones, y hórrida música techno,
muy alta, para no dejarte pensar.
El puto infierno, hostias:
un descenso a las tinieblas,
a lo más abyecto del ser humano.
Y parecen felices,
¡joder, los gilipollas mefistofélicos,
todos los malditos condenados!
¡Todos parecéis felices!
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