Personaje








Sobre el escenario, el personaje.
Del proscenio sale una voz en off.


«Hola, personaje. Soy tu autor.
Todas las palabras que pronuncies
habrán de ser necesariamente mis palabras.
Bailarás cuando diga que bailes,
descansarás cuando yo disponga.
Personaje, ¡eres mi personaje!»


El personaje entiende
su existencia de irrealidad,
de indeleble subditismo;
la satrapía, comprende.
El autor prosigue:


            «¿Percibes mi tono?
            ¿Las inflexiones de mi garganta?
            Así deberá sonar la tuya.
            Bajo ningún concepto
            podrás desoír mis preceptos.»


Es exigencia del tornavoz
ser la única y preeminente voz.
El tirano demanda obediencia.
¡Oh, creador de todo lo que acontece!


Pero ocurre, entonces, que el personaje
se rebela contra su propia ficción.
El personaje no rinde pleitesías,
ni acata obediencias ciegas.
El personaje rompe sus cadenas,
pesadas como yugos afectivos.
Silencioso, abandona la escena
y desaparece entre bambalinas.


            «¡Personaje!
            ¿Personaje?»


El autor se desgañita,
pero sobre el escenario
sólo quedan la nada
y la dignidad.


            «¿Personaje?»


Telón.


(Aplausos)





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