Tiempo vulgar






Tiempo vulgar,
color beige,
en la sala de espera de los dentistas,
buscando una rueda nueva  para tu coche,
o eligiendo una pieza para el grifo de cocina
(“aireador”, mira tú, resulta que se llama).
Tiempo vulgar,
color marrón,
trabajando para Pantagruel, El Grande,
a cambio de repugnante dinero, entelequia,
que permita pagar ese diente roto, esa rueda,
ese maldito aireador de mierda.
Tiempo vulgar,
color asco e ira,
cada trámite burocrático, cada formulario,
esa jerarquía infame de la administración,
ese funcionario imbécil, Cronos encarnado,
fabricante de tiempo vulgar.
Tiempo vulgar ante el televisor,
tiempo vulgar las redes sociales,
tiempo vulgar los debates intramonos,
tiempo vulgar, por definición,
la compañía de los vulgares.


La lectura, mi locura y tú;
mis paladines contra el tiempo vulgar,
satrapía prevalente de toda vida,
gran grisura, pecado y perversidad.
Cual rabdomante sediento, huyendo,
rastreando a tientas con mi palo de ciego:
¡LA LECTURA, MI LOCURA Y TÚ!

(si acaso no sólo fueran dos cosas)



Consanguinidad de primer grado







Eres hijo antes de abrir los ojos,
hijo incluso antes de respirar.
Ser hijo te antecede:
a tu nombre,
a ti mismo,
a lo que serás.

El hijo anticipa al ser.
La preexistencia  introductoria,
prólogo conceptual de hijo.

Condena de hijo a perpetuidad,
vínculo imperecedero.
Nunca podrás dejar de ser:

Hijo.


Adicionalmente,
en tu párvula adultez
we´re just older children,
                                   after all—,
podrás decidir ampliar al bucle,
incorporarte al círculo,
procrear.

Y heredar un nuevo miedo,
terrible y desconocido,
a la pérdida.

Eres padre.
Abraza ese recién estrenado temor,
nunca te abandonará.


Hijos que tornan en padres
que engendran nuevos hijos
que repercuten en nuevos padres…
—¡qué locura!, ¡qué simplicidad!—
el ciclo orbicular de la vida.

Y preguntar
en el más puro
y machadiano
sentido de la palabra bueno:

¿He sido un buen hijo?
¿He sido un buen padre?
¿He generado suficiente orgullo?
¿He padecido suficiente miedo?

¿He sido un buen hijo?
¿He sido un buen padre?
¿Cumplí expectativas filiales?
¿Mi niño me recordará con amor?


Y afligirme
(corifeo bramando:
«¡lo intentó!, ¡lo intentó!,
¡perdonadle!»):

Mamá, papá, ¿he sido un buen hijo?
Adrián, ¿he sido un buen padre?
¿Mi existencia valió la pena?
¿La valdrá la tuya, hijo mío?




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