Géminis




«La vida es el conjunto de funciones que resisten a la muerte.»
—Xavier Bichat—


«…y tengo un ambicioso plan, consiste en sobrevivir.»
—Nacho Vegas—



Resistencia,
resistencia,
resistencia:
este obstinado respirar,
este vano echar adelante una pierna
y obligar a la otra a acompañarla.
Resistencia,
funciones para resistir
en pos de un sentido:
la falsa fe unamuniana,
el absurdismo filosófico,
el entorno de amor…


Pero la neurosis regresa
—¡TOC, TOC, TOC, TOC!—,
trastorno obsesivo compulsivo,
como un diapasón genético:
miedo a la vejez, a la enfermedad,
al dolor, a la soledad, a la decrepitud...
Y concluir que ese miedo al sufrimiento,
ineludible a la existencia,
supone un miedo superior.


El más temeroso de los hipocondriacos
en sempiterno diálogo mental
con el más asustadizo de los maníacos:
«—¿Sabes? En algún momento de mi miedo
                                                                       tendré razón.»
Y el desvalido preso de ansiedad asiente.
Y el timorato colmado de fobias subraya.


Todos ellos
sufriendo por miedo a sufrir,
por anticipado,
en diferido,
como si su vida
fuera lo más importante
para su vida;
dándose importancia,
embozados de trascendencia:
¡la vida alzándose sobre la muerte, ay!,
en cuanto a desasosiego se refiere.


Menos mal
que al fondo de la sala,
al extremo de su personalidad,
aún se alcanza a escuchar una risa:
«—¡Ja ja ja ja ja! ¡Gilipollas! ¡Apocados!
¡Mongolos!»
Y la aprensiva criatura sombría se abochorna.
Y el desamparado lleno de incapacidades calla.


En las periferias de la razón, habita:
el gemelo cipote de piel de kevlar,
el payaso que ayuda a sobrevivir.








.







El nombre tras el número







De lejos, vienen;
ojos furtivos mirando a un cielo gris,
cinéreo, marengo, de hormigón,
la noche desangrándose en jirones.
Sus colores son muchos,
pero su gesto siempre el mismo:
la esperanza es un postulado.
Su frío se quedó atrás, con su miedo,
huérfanos del hambre,
embriones de la guerra,
sombras soturnas.


«Más de 20.000 inmigrantes muertos en dos décadas
intentando alcanzar España», informa ACNUR.

Nos quedamos con el número
—cien, mil, veinte mil—
para evitar recabar en las personas,
en sus ropas con tacto de mortaja.


«Más de 400.000 refugiados y migrantes
han llegado a Grecia este año 2015», leemos también.

Su única dimensión es aritmética,
—¡cuatrocientos mil!—,
transmutando a las víctimas en guarismos estériles,
deshumanizándolas con insoportable asepsia.



¿Más de 20.000? ¿Más de 400.000?
La redondez de esas cifras es cruel.
¿Cuántos más?  Ese “más” nos señala,
todos nos parecen iguales,
máscaras clónicas, estadísticas,
nada importa la tragedia real, la carne.
¡Refugiados! ¡Inmigrantes! ¡Ilegales!,
se les denomina homogéneamente,
como si hubiera opción a la miseria y al terror,
como si arrojarse al abismo no fuese un albur.


Duele, sin embargo, imaginárselos uno a uno:
uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis,…
sabiendo que cada pausa supone una vida.
Duele proyectar sus verdaderos nombres
para rescatarles de ese acerbo anonimato.


El mar es su naufragio y su salida,
su puente y su necrópolis.
Ellos lo son, a fecha de hoy:
uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis,…
¡Ellos son!, preguntaos su nombre
tras el número:


el mar y sus gentes.












Desertor del yo








«La esperanza es una virtud
de esclavos», dejó escrito Ciorán.
La esperanza como un ancla,
toda expectativa de felicidad
una rémora en el alma.


Por tanto, es inherente a la libertad
demandar una absoluta desesperanza:
un desprenderse de uno mismo,
de tu conciencia social,
de tu normalización,
de tus afecciones,
de tu homogeneización
absorbido por la grey;
abjurar de esa ilusión emocional,
—qué  mal anuncio de Coca-Cola—
que suponen perspectivas mejores.


«Los que aquí entran,
abandonen toda esperanza»,
frase mal atribuida al Infierno.
¡Se trata de la frase de la vida!
Y aprender, crecer, dar el salto,
apostatar de tu pasado,
auto-expurgarse,
para asumir una existencia digna
como heroinómano en Bolivia,
hosco ermitaño en Finlandia,
o el más tirado de los vagabundos
—orgulloso, solo y rendido,
fardo inane e inerme—
en algún vertedero de Detroit.


Un hombre sin esperanza
es un hombre sin futuro,
un asustado hombre sin miedo.
Un desertor del yo,
esto es:

un hombre libre.






.

100 razones para no meter la cabeza en el horno


(100 motivos para no saltar desde un viaducto)




1.                  Tú. Por empezar por lo básico. Por lo necesario.

2.                  Los abismos de Kiefer: sus girasoles, su negrura, sus órdenes de la noche.




3.                  Los canelones caseros.

4.                  La risa. Espontánea, absurda, gratuita.

5.                  El verso «amar es la eterna inocencia / y la única inocencia es no pensar», de Pessoa, hablándonos de que pensar es estar enfermo de los ojos.

6.                  El final de “Six Feet Under”.

7.                  Alan Moore, joder.

8.                  La sonrisa burlona de Paul Newman en “La leyenda del indomable”. Y sus huevos.

9.                  Las letras surrealistas de Sergio Algora para “El niño gusano”, su lisergia, sus melodías circenses.

10.              Los Pirineos.

11.              Las bibliotecas públicas.

12.              Los amigos del protagonista de “Las invasiones bárbaras”.

13.              La intro de “True Detective”.

14.              Las hermanas. Regalazo las mías (también las de Chéjov, pero primero las mías).

15.              Una playa en Grecia por la tarde.

16.              La saga completa de “Paul…” de Michel Rabagliati.

17.              El famoso párrafo de Carson McCullers en “La balada del café triste” que empieza: «En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas…».

18.              Nacho Vegas, ¡hostias!

19.              Los gatos de la calle (aquellos que no están gordos ni aburguesados).

20.              Los ojos de Marion Cotillard.

21.              Convertir entradas de cine/teatro en marcadores de página.

22.              Las fotografías de Gervasio Sánchez.

23.              Ganar al Apalabrados en la última tirada.

24.              Las amistades lejanas, epistolares, y sin embargo imprescindibles, como las de “Mary&Max” en la genial película de Adam Elliot.

25.              Perderse en una ciudad, desorientarse, esto es, perderse de verdad (en Brighton, por ejemplo).

26.              La escena del tren de “El secreto de sus ojos”.

27.              Las librerías de viejo, su olor a polvo y a iglesia, el aspecto hojaldrado de sus ejemplares.

28.              Pixar.

29.              Los graffitis de Interesni Kazki.
http://interesnikazki.blogspot.com.es/

30.              Los Smiths, ¡coño!

31.              Aprendiendo a esquiar, la feliz sensación de —¡por fin!— no caerte.

32.              El Pont Flotant, y sus obras de teatro. Su vitalismo.
http://www.elpontflotant.es/inicio.php

33.              Las cartas de Simone de Beauvoir a Nelson Algren (especialmente, la carta 229).

34.              Saber quién eres, cuál es tu lugar, cuál tu gesto, reconocerse en el cuadro “Gente al sol” de Hopper.





35.              Faemino y Cansado.

36.              Tener que buscar una palabra en el diccionario (por ej: “feérico”).

37.              Los pajaricos de Anders Nielsen y sus grandes preguntas.




38.              Las chicas con gafas.

39.              “Veranito de amor” (de Historias Corrientes) en bucle:

40.              El Santo de los Asesinos.

41.              Las natillas.

42.              La inigualable clase de Scott Fitzgerald.

43.              Un abrazo espontáneo de tu hijo.

44.              Sean Connery en “Los Inmortales” luchando contra el Kurgan.

45.              El vídeo musical de “All I want is you”, de U2.

46.              El sexo en lugares públicos.

47.              El Spiderman de McFarlane.

48.              “El neón de siempre”, de Foster Wallace (probablemente lo mejor y más certero que se ha escrito sobre un ser humano contemporáneo).

49.              El arroz a la cubana, humeante, recién hecho.

50.               “Harold y Maude”.

51.              Joy Divison.

52.              Saber que en alguna parte, en algún lugar, existe Monica Belucci.
53.              La canción de Bianca, de “Leólo” («porque sueño, yo no lo estoy»).

54.              El sonido del mar embravecido, realmente enfadado, como un monstruo asmático.

55.              Colum McCann.

56.              Un gol de Aduriz.

57.              La pintura tinga-tinga.

58.              Chicas que leen y enseñan las tetas: “The Outdoor Co-ed Topless Pulp Fiction Appreciation Society”.
https://coedtoplesspulpfiction.wordpress.com/2015/09/25/call-911/

59.              Hirokazu Koreeda.

60.              El alcohol y su don para convertirte en un ser adorable.

61.              El horno alto que queda —sólo uno— en Sestao.




62.              La trilogía “Antes de…”, de Linklater.

63.              Ver llover detrás de un cristal, plic, plic, plic.

64.              Darío Grandinetti recitando a Girondo en “El lado oscuro del corazón”.

65.               “The racing rats”, de Editors

66.              Granada.

67.              Fumar.

68.              Escribir como acto terapéutico.

69.              Las cenas de empresa.

70.              Craig Thompson.

71.              El cine de La2.

72.              Saltar desde una roca a un río frío, limpio y profundo.

73.              “El púgil en reposo”, la escultura clásica (y el libro de Thom Jones, pues claro que también).



74.              Un garabato de Basquiat.

75.              Mear después de una ecografía (¡oh!, placer absoluto).

76.              Arturo Bandini, claro, ¡el gran Arturo Bandini!

77.              El Hotel Chelsea, en New York. Su mitología. Dylan Thomas. Sid Vicious. Y su habitación nº 2.





78.              Los diálogos de Fernando León de Aranoa.

79.              Acción poética en paredes de baños.

80.              Las huelgas generales.

81.              Saramago en Lanzarote preguntándose «¿Dónde está Dios?».

82.              Los mapas de las estrellas.

83.              Andrés Rábago, El Roto.

84.              Las napolitanas de chocolate un domingo por la mañana.

85.              Los diarios de Pizarnik. Ese precipicio.

86.              Besarse en lugares feos, postindustriales, decadentes, escenarios de futuros distópicos en el presente.

87.              Volver a comer en casa de tus padres.

88.              Las portadas de Dave McKean para The Sandman.

89.              Que todavía existan los Multicines de Bilbao (gracias, Dios).

90.              Las pinturas negras de Goya.

91.              El bizcocho de Vindel, en Priego (Cuenca), y el chorizo de matanza de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca). Sabores de infancia.

92.              Dostoievski, ¡carajo!

93.              Esos buenos amigos que, en palabras de Luis Alberto de Cuenca, me ofrecen «la extraña sensación de no sentirme solo».

94.              El discurso de Charlie Kaufman, en boca de este actor, en “Synecdoque, New York”.

95.              “Gattaca”, que a la gente se le suele olvidar que está a la misma altura que “Blade Runner”.

96.              Los poemas de Benedetti, para esos días tontos.

97.              Los regalos de no cumpleaños.

98.              La palabra “coprolito”, su sonoridad, su concepto per se: mierda fósil, heces indestructibles, excreciones inalterables, objeto de museo.

99.              La gente que llega tarde… y sonríe.

100.          La posibilidad de la droga.










.