Me acuerdo (1)





Me acuerdo de un kiosko, el de la Merce, en un pueblo de Cuenca. La mujer no se lavaba, el kiosko olía a pis. Te entregaba las chuches directamente con sus manos, también sucias. Nunca he comido gominolas más dulces.


Me acuerdo de repetir 2º de BUP por concluir que raíz de ocho entre cero era igual a cero. Fue injusto. Opino que el destino me debe un año.


Me acuerdo del pasado industrial, de Altos Hornos como una gran ciudad futurista. De las explosiones de la colada cuando el acero fundido se encontraba con el agua. De los obreros bebiendo brandy y viendo una película porno a las siete de la mañana. De las paredes manchadas de gris. De que todos fumaban.


Me acuerdo de los antiguos trenes de cercanías. De su traqueteo cadencioso. Cuánto me gustaba.


Me acuerdo del sonido que hizo mi corazón al romperse. Del momento preciso. Es verdad lo que dicen, es hermoso: una sinfonía de cristales rotos.


Me acuerdo de cuando ir al cine era una fiesta, y gritábamos, y aplaudíamos, y se celebraba lo que ocurría en pantalla.


Me acuerdo de saltar a un río desde una roca, de niño. Había que saltar hacia delante para evitar chocar con la roca. Cientos de veces salté desde esa roca, miles. La última vez que subí a esa roca me dio miedo saltar.


Me acuerdo de la primera vez que mi hijo me devolvió una pedorreta. Yo se la hice, él la repitió. Se le escurrían las babas al hacerlo. No he visto nada más adorable en mi vida. El amor absoluto en ese instante.


Me acuerdo de la canción ‘Pictures of you’, de The Cure, en Kobetas.



Me acuerdo de jeringuillas tiradas en el patio enfrente del colegio de las monjas.


(...)

Aquí hubo un ser humano







Si muero recordad que no he sido bueno,
pero tampoco malo.

No me recordéis con odio.

Si muero, por favor, no,
no me convirtáis en demonio,
pero tampoco en ángel.

Lo intenté hacer todo,
de verdad, TODO,
de la mejor manera posible:
y fracasé.

Es la mía una historia de mala suerte,
pero tampoco quiero que me penséis
como un desgraciado.

No me recordéis con odio,
no me recordéis con rencor,
por favor.

Tampoco me echéis demasiado de menos,
no merezco altares
ni sagrarios.

Lo intenté, de verdad.
No lloréis mi fracaso
que fue solo mío.

No me recordéis con odio.
No me recordéis con lástima.
No me recordéis con rencor.

Si acaso con un poquito de amor.

Por favor.






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Óleo de mujer con sombrero (el pensamiento circular era esto)







Sentado en una silla de madera
Chagall pinta su autorretrato,
perfilándose en azules y púrpuras,
sobre su cabeza un gallo y una mujer,
una mujer vestida de novia,
una mujer por sombrero,
esa mujer ideal —¡ay!—
que todos llevamos encima
en precario equilibrio,
siempre a punto de caerse,
y, sin embargo,
bien entibada en la frente,
como la boina de medio lado del Che,
como una canción con acento cubano
de otra mujer en otra frente,
advirtiéndonos de la inconsecuencia
de la cobardía y del miedo,
llorando un fin,
recreando en música
aquella novia que ahora es otra,
otro mundo,
otra mujer por sombrero
como el cuadro del viejo Chagall,
solloza Silvio,
y tú atento,
escuchando,
blasfemando,
conjugando oraciones,
revisitando la pintura,
palpándote la mollera,
intentando indagar
el color de tu dolor,
de esa mujer en tu frente
que ahora es otra,
otro mundo,
otro océano,
aunque en el fondo
—¿sabéis?—
sospecho
acaso
siempre
sea
la
misma…






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