Lo inmanente (expurgo absurdista)







alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra.
—Solo un nombre, Alejandra Pizarnik—


Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.
—El mito de Sísifo, Albert Camus—




Y como pasatiempo recurrente,
indagar en la inmensa pregunta:
«¿Quién soy?»


O tal vez «¿quién es yo?»
—«¿quién eres, majadero?»—
mirando de fuera hacia dentro,
con desprendimiento,
dicho análisis labor del veedor,
del inspector en tercera persona.



Mi nombre no, eso seguro.
David carece de significado,
nomina a la carcasa: David,
ofrece un falso calorifugado.


Yo no soy David, sobre todo,
porque no fue algo que elegí.
A todos nos vino de aditamento
junto con la impensada existencia
(oferta 2x1, no opcional).


Todo nombre propio, David,
supone una marca comercial.
El nombre es una piel de serpiente,
te lo quitas y sigues quedando Tú.


David = Nada.
Olvidémoslo.
Miremos debajo.



Tiro entonces de recuerdos,
de vivencias, de enseñanzas,
de triunfos extraordinarios
y naufragios de fría lava gris.
¿Seré, tal vez, ese sumatorio de pasado?


Cincelado a mallo por lo acaecido,
me arrogo las palabras de Faulkner:
«El pasado no existe,
ni siquiera es pasado».
No lo es, jamás lo es, nunca.
La memoria es un déspota totalitario,
toda remembranza una dictadura.


Pero esa ánfora por rellenar,
ese ahíto receptáculo de escombros
—hipermnésico, al límite del rebose—
tampoco define al completo lo que soy.


No me escudo en mis circunstancias,
tampoco en cómo fue alabeado mi metal.
Es necesario ir más allá…




Reparo, entonces, en la gloria concedida,
en los talentos de la parábola nazarena,
el sistema operativo en nuestro ADN:
este desordenado conjunto de emociones.


¿Hasta qué punto fue programada
mi realidad anímica y mental?


¿Soy lo que pienso?
¿Lo que siento?
¿Lo que escribo?



Dudo.
Nuestra individualidad es miope,
nuestros ojos lentes deformantes
tras los que filtrar la realidad.


Nadie ve bien de lejos
(los más, ni a tres palmos);
nadie juzga al observador,
que ve así desde que nació,
que no conoce otra forma de ver.


Defendemos nuestro punto de vista
con ahínco, con simpleza,
incluso violentamente,
por miedo a que no seamos más que ello…


(he aquí la gran tragedia del hombre)



Y qué falta de vanidad,
de orgullo torero,
recalar únicamente
en la dimensión animal.


El cerebro reptiliano,
el instinto reproductor,
el protector, el cazador,
el asesino iracundo,..
están ahí, ¡desde luego!
Acepto la totalidad de ellos
con los brazos abiertos,
así como los inherentes
enlaces químicos, hormonales,
neurotransmisores.


Pero ¿apenas un animal?
¿Nada más que testosterona y pelo,
feniletilamina, semen y hueso?
¿Yo, que para mí soy un Dios?



Corro el peligro,
llegado a este punto,
de convertirme sin más
en otro devoto existencialista:
«El hombre no es más
que el conjunto de sus actos»,
Sartre dixit.


¿No más que mera acción?
¿Somos lo que hacemos?
¿Alcanzaríamos a definirnos
por aquello que nos apasiona?


Nuestro reflejo en el mundo,
el eco que nuestros actos devuelve
es un reflejo de una sombra
en un espejo dentro de una caja
en semioscuridad.

¿Eso somos, resonancia?
Simplista.




Qué necedad ser un punto de vista:
dudo miopemente de mi miopía,
por si acaso.

Qué vulgaridad considerarse un animal:
elevándome sobre el resto de mamíferos,
hacia el cielo.


¿Soy lo que pienso, siento, escribo?
¿Soy aquello que reflejo y hago?
¿Soy una bestia con ínfulas?
¿Soy un nombre?
¿Soy mis recuerdos?


¡Me niego!



Tamizadas todos las parcialidades,
ha de quedar el sedimento del Ser.
No el alma, ya que no somos eternos,
sino un espectro invisible, finito y mortal.


Me pregunto si Stephen Hawking
habrá conjeturado lo que ocurre
cuando un agujero negro vomita.


Queda la entropía, el absurdo,
el resquicio insignificante y frágil
que hace grande al bosón de Higgs,
un desatino que se parece a la pena,
al amor, al rencor, al dolor, a ti,
¿lo veis ya?



Tras la vacuidad del nombre,
el niño envejecido,
el viejo infantilizado
y el animal desnudo.
Tras la existencia no vocacional,
el sumario de recuerdos,
la miopía individualista
y las cadenas emocionales.
Tras el punto en un plano
sin punto de referencia,
la loca lotería genética
o cualquier verbo activo.
Incluso tras estas palabras,
que tampoco…


Ahí reside mi verdadero nombre,
que no debe ser pronunciado,
la partícula X inapreciable
que no vendo, cedo, ni regalo.


La duda irresoluble,
pura ridiculez,
no obstante
sé reconocerme
en dicha abstracción:


Lo inmanente.
Soy.












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