Autorretrato del abada


(imagen: "Abada", de Manuel Vilariño)




Nací del color del barniz estropeado.


*


Mi madre afirma que soy difícil,
del género complicado,
inextricable e inaccesible.
Las madres saben.


*


Poseo una inteligencia superior a la media,
demérito vuestro.


*


No creo en ninguna conciencia nacional,
sí en la conciencia de clase (¡obrera!).
Tampoco creo en la mentira del dinero,
pero no por ello dejo de ser un sometido más.


*


Mi fe —¿debería ponerla ya entre interrogantes?—
está tan llena de dudas, hasta el desborde,
que dudo siga pudiendo llamarla fe.


*


Me pregunto bastante a menudo
qué preguntas se hacen a sí mismos
aquellos que no se hacen preguntas.


*


Nunca rehúyo un conflicto
(cuestión de orgullo,
más que de valentía).
Y es muy cansado, claro;
mis enemigos saben.


*


Mi impuntualidad es legendaria.


*


Me gusta pensar que siempre
siempre siempre tengo la razón;
pero es sólo eso: un gusto
(que en verdad no soporta
el más somero análisis).


*


Observo el mundo a veces desde arriba,
y otras veces desde abajo, muy profundo;
pero jamás a ras de tierra.
Me elevo y me hundo, etéreo y pesado
como el abada de Vilariño.


*


Creo en el Amor como compensación
de la muerte, su resarcimiento,
pero ni siquiera me veo en disposición
de ofreceros una mala definición.
Quizá me (auto)engañe.
O tampoco.


*


Todavía hoy sigo mostrándome incapaz
de ver grandeza en la incapacidad.


*


Mis ojeras son sinceras.


*


Me gusta la literatura del yo
—Pessoa, Pizarnik,…—,
y en ello estamos.
Escribir como sinónimo
de desinfectar.


*


Confío en la memoria, pero
al límite mismo de la hipermnesia
todo recuerdo supone una maldición.
Mi retentiva es un ancla pesada:
sujeta a la vez que inmoviliza.


*


La semana pasada casi termina conmigo, ¡pum!,
la frase final de un poema de Vladimir Holan.
Casi fenezco bajo la fuente, contra el estanque.



*


Me como las uñas desde los seis años.
También fumo.


*


Contemplo el presente con horror y distancia,
espectador inerme ante una distopía perversa.
Si poseyera el Botón del Juicio Final,
probablemente lo pulsaría.


*


Escondo corrosión bajo el calorifugado,
inútil aislamiento que rodea y protege
este herrumbroso tanque de aminas.
Caimanes ladrando en su interior.


*


Perdonen si me repito.
Perdonen si me repito.


*


Los días impares
sólo me apetece escuchar
a Nacho Vegas.
Los días pares lo mismo,
pero cambio de disco.


*


Sospecho que padezco un trastorno
obsesivo-compulsivo (toc, toc, toc):
respirar.



*


Otra manía: los días de lluvia
escruto el cielo como quien mira
a su entrenador en el banquillo;
y elevo las manos, suplicante,
e imploro tiempo muerto.


*


La vida en plasmación matemática:
un sumatorio de derrotas.


*


El verdadero rostro del arte
habita en la costra oscura y violenta
de los cuadros de Anselm Kiefer;
esto poca gente lo sabe.


*


Se me concedió el extraordinario don
—o tal vez fue adaptación al medio—
de apreciar belleza donde no la hay.
Un esteta de la fealdad, esto es,
un oxímoron.



*


El espejo nunca me devuelve,
a cambio, mi verdadera edad:
la imagen que arroja es falsa,
su reflejo es engañoso.


*


Me da miedo la inmortalidad.
Me da miedo la mortalidad.
Menuda encrucijada, ¿eh?


*


Pánico miotónico a imaginar el futuro.


*



Escucho.














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