Et in arcadia ego?









Ahora que casi parecemos seres racionales.
Ahora que el cerebro reptiliano duerme
en la felicidad primípara de los mamíferos,
en ese líquido amniótico de la correspondencia.
Ahora que no esbozamos simulacros de guerra,
ni treguas puente, ni armisticios endebles,
y en Stalingrado —¡milagro!— impera la paz.
Ahora que nuestra existencia ofende a los dioses,
a los súbditos de la envidia, y a las comadres:
la Santa Milicia de la Correcta Urbanidad.
Ahora que mi personaje alcanzó fisicidad,
terco, utopista y victorioso Augusto Pérez ,
y fuera de las novelas se regocija tangible.
Ahora que el miedo venció, cayó, prescribió,
y bajo el hielo inhóspito se descubrió ternura,
un inesperado mamut de acercanza y calor.
Ahora que un recuerdo vale más que mil quimeras,
y el aliento se engulle crudos los eufemismos,
y el vaho es más elocuente que la desazón.
Ahora, en fin, que aprendimos a apropincuarnos,
y tú no te alejas cuando me acerco yo,
y yo no me alejo si acaso no te acercas tú.



Ahora… ejem,
ahora también tengo miedo:
miedo de que nos caiga un rayo,
miedo de un apocalipsis zombie,
del cáncer, de la bomba H,
o cualquier deus ex machina
que acabe con nosotros:
que muera o que mueras
(si acaso no es lo mismo);


ya sabes, cualquier fatalidad
que confirme el malditismo
y haga buenos los presagios

de los augures del dolor.




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¡Feliz cumpleaños, desgraciado! (expurgo pre-cuarenta)





En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
yo era feliz y nadie había muerto.
—Fernando Pessoa—



El desgraciado no imagina, proyecta.
El desgraciado no respira, suspira.
El desgraciado no descansa, teme.
El desgraciado no escribe, expurga.


(…)

El desgraciado recuerda, evoca,
habita siempre en su memoria,
próspera en suertes esquivas,
encrucijadas a la izquierda
y albures al reverso.

El desgraciado es un ser autoconsciente,
quizá y desgraciadamente,
la cosa más lamentable.


(…)

Porque el desgraciado conoce su lugar en el universo,
se muestra lúcido con respecto a su insignificancia
y aun así se rebela terco contra su poquedad.

De tal manera,  el desgraciado lamenta y llora,
y, para más inri, de forma culpable, añora 
aquellos tiempos infantilmente imbéciles
cuando sus tristezas se le antojaban elevadas.


(…)

Y es que el desgraciado es (casi)
un anciano de cuarenta años,
espantado por la idea de convertirse en anciano,
una criatura decrépita, doliente y vetusta.

¡Porque el desgraciado ansía ser inmortal!,
¡porque la vejez le acojona!,
¡porque la muerte le asusta!

(tanto si es el final de todo como si no lo es)


(…)

El desgraciado sólo querría meterse en una cama,
escondido a buen recaudo del resto de sus “semejantes”
(nótese la fina mordacidad entrecomillada)
y taparse bajo la frazada por el resto de la eternidad,

Pero el desgraciado, en fin, también teme a la soledad.


(…)

Ya lo veis:
El desgraciado es un pusilánime.
El desgraciado es un puto llorón.
El desgraciado va de guay,¡ay!,
pero es un aprensivo de mierda.

El desgraciado, él,
el antónimo de indulgente.


(…)

En verdad os digo:
¡qué desgracia tan grande
nacer un desgraciado!

El desgraciado, sabedlo, que a estas alturas
se ha comido la mitad de la tarta,
la mitad mejor, más rica, más jugosa…
y concluye que no estaba tan buena.


(…)

Media existencia, siendo optimista:
la esperanza de vida de un neandertal.
«¡Cumpleaños feliz!», canta la escolanía
de niños retardados.

«…y que cumplas muchos más»,
rematan.


(…)

Kafka lo formuló de manera magistral:
«Un cansancio que no proviene de la edad».

Cuarentena preceptiva.
Happy birhday! Zorionak!


Creo que estoy deprimido.





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