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Redes sociales, eriales de soledad. De una soledad brutal, sin paliativos. Soledad compartida por personas de todo tipo, edad y condición. Soledad noctámbula, angustiosa, invisible, individual —¿acaso la hay de otro tipo?— en dura pugna por acabar consigo misma.



“Autodefínete”, te ordena una pantalla, y tú repites los mismos tópicos que centenares de miles de seres han repetido antes que tú: «soy simpático, soy inteligente, soy sensible…». Concretas tu identidad a fuerza de clichés. Ni siquiera prescindes del lujo de colgar una cita ajena —siempre esperanzadora, nunca de Schopenhauer o Ciorán— que demuestre con pocas palabras el poso de profundidad que arrastras, el inmenso caudal de soledad que quieres erradicar. Erradicar como sea. Hasta el punto de exponerte al mundo. Cualquier cosa menos seguir sintiéndote así de solo.



Te has cambiado el nombre, es necesario. En este nuevo mundo te llamas “LordByron555_” y te parece bien. Es igual de aséptico, dice lo mismo de ti, que tu nombre real. Incluso has colgado una foto en la que sonríes —la única que tienes— antes de enviar tus datos. Enter. Pulsas la tecla y cruzas los dedos por encontrar una persona especial en ese cosmos ficticio poblado por miles de seres igual de solos que tú. Todos expuestos, generaciones enteras de seres incomunicados. Pendiendo de un hilo. Conectados a un cable. Os avergüenza mostraros, os da miedo, pero más miedo tenéis a la soledad. Así que buceáis por la página, en pos de gente similar a vosotros.



¿Quién eres? “Quiero volver a enamorarme”

¿Quién eres? “Busco a alguien sincero con quien compartir mi vida”.

¿Quién eres? “Yo soy simplemente yo”.



Nadie sabe realmente quién es; ni lo que busca, realmente. Buscan llenar un vacío sin saben con qué quieren llenarlo. Pero cómo juzgarles. La soledad es brutal, el enemigo a batir.



LordByron555_: Hola, esto de presentarse por primera vez es un poco violento, ¿verdad? —escribes dentro de un cuadrado que encorseta tu patetismo.



No te responde. Tal vez esté ocupada con otro usuario, piensas. O tal vez no le guste tu foto. O lo que es lo mismo, por añadidura, no le gustas tú. Revisas tu perfil y adicionas nuevos tópicos a tu “identidad”: soy sincero, soy romántico, soy divertido. También explicas tus aficiones, como si lo que te gustara hacer fuera tu esencia. Desvías la atención para definirte mejor. Infructuosamente. Sigues siendo uno de los miles de usuarios conectados, blasonando las mismas frases manidas que el resto. Uno más.



LordByron555_:Hola, buenas noches. Me gustaría hablar contigo –vuelves a la carga con otra chica: “soy tímida y me gusta viajar”, lo que sabes de ella.

JuneLinda123_: Hola



Esta quiere hablar, no como la otra. Es en este punto cuando te das cuenta de que no tienes nada que decir, que tu sobreponderada inteligencia está muda, que tu timidez también se manifiesta sobre un teclado. Te sientes ridículo. La vergüenza está en tu cara, en esa foto fija de tu perfil desde la que sonríes al mundo entero. «Me siento horriblemente solo, atrozmente solo», te gustaría escribir, así de primeras, pero sabes que eso la asustaría. Así que escribes:



LordByron555_: Estoy pasando un rato en Internet, para conocer gente. ¿Y tú?

JuneLinda123_: Yo igual.



Y aún podéis proseguir un rato con esa vacuidad, con esa sucesión de intrascendencias y pocas ganas de mostraros. Es sencillo, consiste en esconderse. En encadenar palabras rápidamente, que nadie encuentre tus miedos. Todo va bien. Hasta que ambos os dais cuenta del sinsentido y cortáis la conversación.



JuneLinda123_: Bueno, hasta otra.

LordByron555_: Sí, hasta otra.



Qué experiencia, ponderas. Qué gran nada. La soledad horrible sigue ahí, a tu lado, reencarnada en un ordenador portátil, en unas teclas de plástico negro. ¿Lo vuelves a intentar? Sí, claro que sí. Continúas viendo perfiles de chicas, juzgando rostros, comparando aficiones. Tras tu anonimato obtienes una falsa impresión de poder. Voyeurismo emocional, esa posibilidad de verlas tan accesiblemente. En persona no mirarías a los ojos a ninguna de ellas, no te atreverías, pero así es divertido. Sigues un rato. Te cansas. Visitas algunas páginas pornográficas antes de irte a dormir.



Es tarde. De madrugada. Le has robado horas al sueño, otra vez. La cama te recibe desordenada, igual que la dejaste. La tristeza te oprime el pecho. Te acuestas y no quieres llorar, pero se te arrasan los ojos. Es esa puta angustia de cada día, acudiendo puntual a su cita. La soledad es un absoluto que no puede aumentar, un ser o no ser, no obstante a ti te parece que estás más solo que ayer.



Esta escena se repite en centenares de miles, millones de camas, que cada noche reciben a seres igual de taciturnos. Almas que se buscan desesperadamente y no se encuentran. Que a plena luz del día no se reconocen en el dolor y por la noche tampoco, preocupadas por mantener la identidad que han creado —simpático, inteligente, sensible, sincero, romántico, divertido—-. Solo en ese instante, llorando antes de no poder dormir, se reconocerían los unos a los otros, pero no revelarán el secreto. La certidumbre compartida por todos debe ser ninguneada, la verdad colectiva oculta tras la mascarada. Qué caray, finalmente casi todos logran dormir.



Buenas noches. Buenas noches.










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