Muchacha en el umbral





Se le diagnosticó agorafobia y claustrofobia, por lo que decidió alojarse en el umbral. Ahí, bajo el dintel, yo le preguntaba si podíamos quedar y ella siempre me contestaba que entre semana no —¿y el fin de semana?— y el fin de semana tampoco. Vegetariana convencida, recuerdo verla hartarse de langostinos en su imperecedero soportal, depositando las cáscaras sobre el felpudo. Ni dentro ni fuera, contradictoria y lejana, en el porche hacía toda su vida. Yo insistía en sacarla de su incoherente existir, en raptarla de su baldosa, a lo que ella siempre respondía con evasivas. El umbral era todo su universo, no había espacio para mí en esa no-nada adimensional tan suya. Me sacaba de quicio bajo el quicio, pero ¡ay!, yo la amaba. Sólo una vez le pregunté si alguna vez ella también me había amado y me dijo que sí. Pero luego añadió: bueno, no. No sé.



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