Paisaje






Las grandes montañas te empequeñecen, 
quedas reducido a ese ridículo 
espacio de carne y hueso
que en realidad eres, 
consiguen transportarte 
a un planeta virgen y deshabitado
donde te das cuenta de tu nada.


Tu arrogancia no es rival ante su roca,
tu estatura insignificante contra su altura.


Aquí eres nadie, aúlla el viento.
Morirás y yo seguiré fluyendo, susurra el río.
Eres menos que un insecto, te provocan los insectos.


Y todos tienen razón,
las piedras, la nieve, las flores.


Resulta una sensación maravillosa
esta corrección de ego,
esta reducción infinitesimal,
la conciencia de la inconsistencia.


Ahora ocurre, 
perdido entre la magnificencia,
a dos mil metros de altura:
una mariposa anaranjada 
posándose en tu brazo.
Lo agitas para ahuyentarla, 
pero sigue ahí, aferrada, tranquila,
como si estuviera sobre una flor, 
como si tú mismo fueras 
tierra, roca, río,
paisaje.


Por eso me gustan las montañas.





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