Carta de Ajuste








PREÁMBULO.

Ayer hablé de ti con un amigo.
Dijo: «Lo que ella quiere
es esquivar la soledad
sin sentirse culpable».

No tengo problema en repetir sus palabras exactas.
Joder, yo mismo no habría sabido
expresarlo mejor.



I.

Vale.
Apágate otra vez.

Será solo mío el regreso
al preferible vacío,
a la saludable ausencia,
a la ¡mierda! de Ciorán,
y a los amigos lúcidos
con cerveza traslúcida.
(Sé fingir olvido con la sonrisa
del mejor gato burlón.)

Apágate mientras yo
le maúllo al espacio
y a sus agujeros negros
que no existe sencillamente
esperanza que me valga.

Apágate.
Yo estaré bien.
Regreso.
Parecerá que nunca me haya ido.



 

II.

(Deja vú)
Por las entradas de nunca
ahora, ayer, otra vez,
cruzamos nuestros pasos
y temo por tu ojo izquierdo
no te lo vayas a sacar, tan alto
—altiva, altanera—
levantas tu nariz.

Pero me da igual,
porque conozco tu secreto,
porque conozco cien millones de adjetivos
pero me bastan tres para concretarte:

Cobarde.
Cobarde.
Cobarde.


III.

En cuanto a mí,
me indago:
¿Qué animal
tropieza dos veces
con la misma piedra?
El burro.
Dos veces. Solo el burro.

Yo tropiezo tres, cuatro, cinco…
me faltan dedos en la mano para contar
las hostias que me voy dando,
las veces caminadas hacia la piedra asesina.

¡Quién fuera burro
—pondero—
y aprender a la segunda!



IV.

Como jugar al escondite
de noche, con gafas de sol,
en un parque lleno de jeringuillas,
espejos y lapiaces afilados.
(Vista con perspectiva
               así veo nuestra relación)
Nunca tuve la más mínima oportunidad
de encontrarte.

Así que venga,
vale:
Apágate.

Y que sea para siempre,
como la antepenúltima vez.



EPÍLOGO.


Mi dolor lleva
lluvia, no fuego;
arrastra lagos, no icebergs.
¡Qué queda ya
sino languidecer
bajo el agua
y su quietud!

Pobre y triste.
Tonto y digno.
Anémico.
Orgulloso.

Deshabitado e inerte
como un catatónico
ante el televisor
de arena
arco-iris.

(…)
(…)
(…)
(…)
(…)


(Carta de Ajuste)










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