Dentofobia




La aversión que Petronio Piedrahita llegó a sentir por los dentistas era directamente proporcional a su mala salud bucodental. Después de toda una vida escuchando semanalmente los zumbidos de esos taladros en miniatura, sus encías horadadas por jeringuillas, sintiendo esos dolores insoportables, un día ya no pudo más. Así fue cómo, buscando una salida, Petronio Piedrahita renunció completamente a su boca. 

No le costó mucho habituarse a su nuevo estado. Bastante parco en palabras y espartano en el comer, Petronio Piedrahita no añoró la capacidad de hablar, ni mucho menos el placer de saborear los alimentos. Ni tan siquiera el poder dar besos le incomodó, considerando la ventaja de que aún los podía recibir. 

Únicamente añoraba nostálgico Petronio Piedrahita su repudiada boca cuando, en su tiempo de ocio, elegía un dentista cualquiera, al azar, y permanecía horas sentado fuera de su consulta, viendo salir a los desventurados pacientes, magullados, babosos, túmidos, palpándose con la mano los labios dormidos, rielando sus ojos aún en lágrimas por los nervios padecidos. 

Era entonces cuando a Petronio Piedrahita le advenía un tremor de nostalgia por su boca renunciada. Era entonces, y sólo entonces, cuando Petronio Piedrahita echaba en falta la facultad de sonreír.




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